Me han invitado a dar una conferencia sobre un tema del que hice varios artículos hace más de 25 años: Una palabra vale más que mil imágenes.
Estoy trabajando sobre el tema. Adjunto el primer borrador.
Estamos acostumbrados a oír frases como «una palabra vale más que mil imágenes» y la admitimos sin cuestionarlas. Y sin siquiera ver lo que realmente significan. ¿Que una imagen valga más que mil palabras significa que una palabra equivale a mil veces menos que una imagen?
Si lo meditan un poco verán que no. Imágenes y palabras pertenecen a mundos distintos. Por lo tanto, siendo cierto que una imagen vale más que mil palabras, también lo es lo contrario: una palabra vale más que mil imágenes.
Les ruego que hagamos un ejercicio mental. Vamos a pensar, en unas personas cavernícolas, cuyo refugio es una cueva, que está cerca del mar. La fuente de alimentación del grupo fundamentalmente son los mariscos y algunos peces. Un niño, por estar enfermo, nunca ha salido más allá de la puerta de la cueva. Nunca ha visto a ningún animal terrestre. Tan solo conoce las lapas, almejas, cangrejos y los peces.
Algunos de los miembros del grupo de la cueva han ido tierra adentro y han visto un animal al que nosotros damos el nombre de ciervo.
Regresan a la cueva y tratan de explicar al niño lo que han visto. ¿Cuántas palabras necesitarían? Sin duda, miles. Y casi con seguridad, el niño no lograría entender a qué se referían. Debemos tener en cuenta que él nunca ha visto un animal terrestre, así que frases similares a «es como un perro, pero mucho más alto, diez veces más alto, y en la cabeza tiene como ramas de árboles» no le dicen nada. No sabe lo que es un perro y no sabe lo que es un árbol. ¿Cómo explicárselo en esas condiciones?
En la expedición iba un joven al que no se le daba mal dibujar. En la pared de la cueva pinta la silueta del ciervo. Su cuerpo, las cuatro patas, el rabo, los cuernos. Y al lado pone la imagen de un hombre. De ese modo está diciendo que el ciervo es más alto que el humano, y el dibujo de los cuernos es muy explícito.
Sin duda, en ese caso, la imagen vale más que mil palabras.
Pero ahora llega el momento de darle la vuelta a la tortilla.
Pensad un momento en la palabra sinceridad. ¿Os atrevéis a hacer una, varias o incluso mil imágenes que sean capaces de explicar lo que es la sinceridad? El problema no es trivial. Para ayudaros os voy a contar una historia. Hace unos pocos miles de años, en el Lacio, vivían unas tribus que hablaban una lengua que era incapaz de expresar las cualidades abstractas, por ejemplo: sinceridad. Sin embargo, sabían que en unos pueblos que estaban relativamente cercanos, a la otra orilla del mar Tirreno, hablaban un idioma mucho más rico y capaz. Aquel idioma era el griego. Los habitantes del Lacio aprendieron que con palabras se podían expresar ideas muy complejas; aprendieron el concepto de sinceridad y quisieron expresarlo con sus palabras. Ellos eran simples campesinos, que sabían muy poco de grandes ideas y sutilezas lingüísticas. Lo que si sabían, era que al recoger la miel de las colmenas, si esta tenía cera era blancuzca y semisólida; en cambio, si la recolectaban sin cera, la miel era pura, transparente y líquida, una delicia de los dioses. La mejor miel era la miel sincera. ¡¡¡Sincera!!! De los griegos aprendieron a generalizar, y así inventaron que una frase limpia y pura, sin mentira, era una frase sincera. Un hombre que siempre decía la verdad era, por tanto, un hombre sincero. Y a la cualidad abstracta que implicaba no estar contaminado por la mentira la llamaron sinceridad.
¿Ahora, os atreveríais a hacer unos cuantos dibujos que significasen sinceridad? Por ejemplo, podríamos dibujar una historieta en la que un apicultor recogiera su miel y comprobase que era una miel sin cera. ¿Sería esa viñeta la sinceridad? Obviamente no. La sinceridad es mucho más. Es un concepto con un contenido semántico muy amplio y muy rico. La sinceridad es imposible expresarla con dibujos. Es una de esas palabras que valen más que mil imágenes.
Me atrevo a llamaros la atención sobre varios aspectos de esta historia. El primero es que los latinos, que más tarde formaron el Imperio Romano, innovaron. El segundo aspecto es que la innovación tuvo lugar paso a paso, no fue revolucionaria sino evolucionaria. Ellos podrían haber comprendido el concepto griego y darle un nombre totalmente nuevo; pero no lo hicieron así, generalizaron algo que ya sabían.
El tercer aspecto, quizá el más importante, es que no tuvieron reparos en admitir que los griegos estaban más avanzados y en copiarles.
Cada día estamos en un entorno más competitivo en el que las empresas o evolucionan o mueren. En este momento la innovación es una necesidad. No hay innovación humilde, todas son relevantes.
Pasar de sincera a sinceridad parece un pequeño paso; sin embargo, representa un avance decisivo sobre el lenguaje anterior. A partir de ese momento el Latín fue capaz de expresar ideas abstractas. No hay pasos pequeños, todos son cruciales.
¿Qué hubiera ocurrido si a aquel sencillo apicultor al que se le ocurrió la idea de usar la palabra sin-cer[a]-idad la hubiera considerado indigna de decírsela a los demás? ¿Hubiera sido el Latín como fue? ¿Las lenguas romances hubieran sido como son? ¿La civilización occidental hubiera sido como es?
No hay innovaciones humildes.
Notas
Nota sobre fotos
Las fotos que se han utilizado, han sido realizadas por Félix Ares y Álvaro Ares y las licenciamos como Creative Commons. Attribution 4.0. International CC by 4.0. Puede usarlas, pero deben dar crédito a los autores y que se han sacado de la página https://felix.ares.fm
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