Cada amanecer viendo en el horizonte el mar es un espectáculo visual, una película con formas y colores cambiantes que nunca se repite. No hay dos amaneceres iguales: cada uno es un instante irrepetible, un cuadro que se pinta y se borra en cuestión de minutos. Hay amaneceres amarillos, los hay rosas, los hay de un profundo rojo y, a veces, los hay violetas. La noche se desgarra en amarillos, los amarillos se transforman en naranjas, los naranjas en rojos, y los rojos se abren en destellos dorados que iluminan la piel del agua.
La muerte de la noche se anuncia con franjas amarillas
El mar recibe esas luces como un espejo inquieto, multiplicando reflejos que cambian con cada ola. A veces el horizonte parece arder, otras se tiñe de una calma azulada que anuncia serenidad. El cielo se convierte en un lienzo vivo, donde las pinceladas del sol se mezclan con las sombras que aún resisten. Es un proceso de metamorfosis constante: lo que un segundo antes era penumbra se convierte en claridad, lo que era silencio se transforma en canto de gaviotas, lo que era espera se vuelve promesa.
El sol se asoma y mira el mar y ve negro y rojo
Cada amanecer es distinto porque la mirada que lo contempla también lo es. El viajero que observa descubre matices nuevos, como si el sol supiera que debe reinventarse para sorprendernos. Y así, día tras día, el horizonte se abre como un telón que nunca ofrece la misma obra, recordándonos que la belleza está en lo efímero, en lo cambiante, en esa certeza de que el próximo amanecer será otro, distinto, y, sin embargo, igualmente prodigioso.
El emperador Sol preside el anfiteatro del horizonte. Primero levanta su pulgar, concediendo un instante de gloria al gladiador rojo que incendia el cielo. Pero pronto, su mirada se endurece: baja el pulgar, y la sentencia es irrevocable. La espada del día atraviesa la arena celeste y el rojo se transmuta en azul, como si la sangre del combate se disolviera en la calma del mar. Así, la aurora se convierte en juicio y metamorfosis, en espectáculo de luz donde cada color lucha, muere y renace bajo la voluntad del astro emperador.
Los anaranjados luchan contra los azules
Ganan los azules, soberanos del cielo, hasta el anochecer, cuando los anaranjados resurgen como brasas encendidas. Poco a poco se apagan, se oscurecen, se transmutan en negros profundos, y de su silencio nacen las estrellas, como heridas luminosas que se abren en la piel de la noche.
NOTAS
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Nota fotos y texto. Salvo las fotos que tienen un agradecimiento específico, como por ejemplo Wikipedia, son nuestras y las licenciamos con